27.10.06

El hombre y la máquina, un recorrido por la nueva Línea 3 de metro

Miguel Amores

Es difícil no parpadear al entrar en alguna de las estaciones de la renovada Línea 3 del Metro de Madrid. La luz de la multitud de lámparas alógenas del techo rebota en las baldosas del suelo y en las paredes blancas, reflejando una claridad inesperada para quien viene de la calle. Justo, empleado del metro en la estación de Plaza de España, hace ya varios días que no parpadea al entrar en su lugar de trabajo. Fue trasladado a esa estación cuando se produjo la reapertura de la línea, a principios de octubre. Para este trabajador del metro, que desde que tenía 30 años ha trabajado en casi todas las líneas del suburbano madrileño. En sus 20 años de experiencia, este nuevo destino ha significado más cambios que otras veces. Su principal función ya no es vender billetes en el interior de una taquilla, como ha sido siempre, sino asesorar a los viajeros tras un mostrador de aspecto moderno donde se apilan planos de metro.

La renovación del Metro de Madrid comenzó a finales de 1999 cuando la EMT, empresa pública propietaria del metro, emprendió la ampliación más ambiciosa de su historia. El objetivo era enlazar por el subterráneo los municipios del sur de la Comunidad con el centro. En 2003 concluyeron las obras de MetroSur, y sus trece estaciones de nueva planta adoptaron un sistema de funcionamientos mucho más automatizado que permitía ahorrar personal. Este nuevo sistema, que sustituye a los taquilleros por máquinas expendedoras de billetes e incrementa el número de vigilantes en cada estación, es el que en el futuro se implantará en todas las líneas del suburbano.

Tras su mostrador de Plaza de España, Justo juguetea con su alianza mientras charla con un vigilante. Habla despacio y es de maneras muy tranquilas, casi de hombre de pueblo, hasta el punto de que no llega a encajar bien en un entorno de luz alógena y fibra de vidrio. Hace un rato tuvo que dejar el mostrador para atender la queja de un viajero. El hombre insistía en que había un fallo en el callejero colocado justo a la entrada, que llevaba diciéndolo meses, que había mandado decenas de cartas y aún así nadie le hacía caso. Justo, que no está convencido de que exista ningún error en el plano, le calma diciéndole que llamará al jefe de estación para hablarle del tema. “Es que cada vez que paso por delante me cabreo”, concluyó el viajero. Para desempeñar su nueva misión los empleados del metro han tenido que hacer una serie de cursos de reciclaje que les prepare para un mayor contacto con el público. “Ahora ya no somos simples empleados de metro –ríe Justo- sino que oficialmente los que estamos aquí detrás del mostrador nos llamamos supervisores comerciales. Suena a cualquier cosa, ¿verdad?”

Este cambio de funciones no ha despertado demasiadas reticencias por parte de los trabajadores. Los sindicatos pactaron los cambios con la EMT, que garantizó que no habría despidos ni prejubilaciones, y en la práctica la mayor parte de las quejas provienen de los viajeros, en especial de las personas mayores, que no siempre se entienden bien con las máquinas de los billetes. La ausencia de conflictividad laboral ha estado también favorecida por un ligero aumento de los sueldos de los empleados, derivado de un incremento de la productividad. “Al principio –reconoce Justo- los trabajadores nos mostramos un poco desconfiados. Es normal, a nadie le gustan demasiado los cambios. Pero luego la gente se va adaptando y la idea acaba por calar. En verdad nuestro trabajo tampoco ha cambiado tanto. Antes también se acercaban muchos viajeros a consultarnos”.

La Comunidad de Madrid emprendió una importante campaña publicitaria por la reapertura de la Línea 3. Se emitieron spots publicitarios en Telemadrid, se instaló publicidad en muchas paradas de autobús y en las propias estaciones se repartieron miles de folletos que hablaban de las ventajas de la línea renovada. Cuando se le pregunta a Justo su opinión sobre las razones que motivaron las obras de remodelación, él evita referirse a operaciones de imagen o a jugadas destinadas a las elecciones de mayo. Para él todo obedece a un motivo mucho más simple: ahorrarse personal. “Antes –cuenta Justo- en una estación de tamaño medio eran necesarios en cada turno cuatro empleados y un jefe de estación. Hoy, en muchos sitios sólo te encuentras a dos personas: el empleado del metro y a un vigilante de seguridad. La razón por la que no ha habido despidos es que el metro se expande constantemente”.

Durante toda la mañana Justo ha tenido que abandonar el mostrador tres veces para reparar una de las máquinas expendedoras. El problema es que el billete, una vez pagado, se enreda entre los engranajes internos y es preciso abrir la carcasa de la máquina para extraerlo. Algo parecido ocurre con los dispositivos con sensores de movimiento que han sustituido a los tornos, que también se averían con facilidad. Lo cierto es que Justo está un poco preocupado por la máquina expendedora. Si sigue funcionando mal habrá de llamar a la central para que manden a alguien, una persona para arreglar una máquina que ya falla a la semana de ser estrenada.

1 Comments:

At 12:47 p. m., Anonymous Anónimo said...

pido perdono por mi español (es que soy italiana). Me ha gustado mucho el artículo porque hay información de un lado y una storia, tanbién por el otro (La de justo).
nunca he estudiado periodismo, solo me gusta muchísimo escribir. Por esto habría ententado descubrir más sobre Justo porque es un personaje mui interesante. Muy sensillo, realista y me le imagino muy humilde y gentil con los demás. tanbién aparece su importancia y utilidad para todas las personas que cada día cogen este medio de transporte. Lo que me ha gustado fue escuchar su voz y mirar a sus gestos, me habría gustado tanbién verlo con más dettalles, pero, a lo mejor,esto es porqué no soy profesional de periodismo.

 

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