21.11.06

En cualquier bar con Javier Krahe, cancionero en tierra

Juan José Mercado

Es viernes. Javier Krahe da un concierto en la sala Galileo Galilei y me ha citado para charlar en su camerino. Son las diez menos veinte de la noche y hace diez minutos que debía estar con él. El Metro de Madrid no vuela. Como siempre que viene, en la entrada está colgado el cartel de “no hay billetes”. Al entrar, la gente ya ha ocupado sus mesas. Los que no reservaron a tiempo, intentan acomodarse en cualquier lugar confortable. Abriéndome paso entre todos, subo al camerino, pero está cerrado. Bajo y lo busco por todo el salón.

Lo encuentro acodado en la barra, en compañía de una rubia cualquiera que ríe y lo mira con reverencia. Un rubia que perfectamente podría ser aquélla Jessica Rabbit que, ante el estupor de todos, quería pasarse la vida colgada del cuello del famoso conejo por la sencilla razón de que “he makes me laught”. Al verme, la despide con dos besos, coge su cerveza con una mano, me estrecha la otra con alegría y me invita a que subamos al camerino “porque después será mucho más complicado. Luego, hay mucha gente que quiere saludarme”. Como el público es abundante, el acomodador me aconseja que antes de subir deje la chaqueta en mi mesa. Lo hago intentando sortear, a veces con más pena que gloria, a la gente sentada en el pasillo.

La puerta del camerino está entreabierta, así que paso sin llamar. Al fondo de un pasillo oscuro, más propio de una cueva, tapizado en telas negras, veo a Javier, de frente, sentado en una silla roja e iluminado por uno de esos espejos rodeados de bombillitas que uno ha visto en tantas películas de artistas y folclóricas. Destaca de entre la negritud de la entrada por la blancura intacta de la camisa, el pelo y una barba espesa, -“muy hecha al yeso”, que diría el poeta.

Sentenció Jardiel Poncela que lo más importante acaso en un hombre no era sino su aspecto, y el aspecto de Krahe es el de un marinero en tierra. Un marinero canalla, sabio, astuto, guasón, donjuán, sátiro, de norte bien definido. Un marinero sin otra cosa que pescar más que versos brillantes y sin otra espada que blandir más que la coña –marinera, claro- con que barniza cada una de sus frases. Vamos, que lo que menos le pega de principio son los cables y los focos del escenario. Nadie diría que este hombre lleva casi medio siglo cantando. Cantando alegre en la popa de una vida más pródiga en aplausos y risas que en billetes y monedas, pues no en vano el personal le ha escamoteado siempre el mapa con la X del tesoro. Unos mapas que parece se venden la mar de baratos en este panorama patrio que venimos sufriendo hace ya tiempo, tan operaciontriunfero, tan estribillado. Yo, que así lo veo, se lo largo a Javier quien me responde, no sé si con un pizca de falsa modestia, que “con vivir de la canción me parece estar ya bien valorado”. Claro, que hay vidas y vidas y Brassens, su gran maestro en la cosa del cante y la rima, no hacía más que vender discos como churros por tierras gabachas. Dicen que veinte millones, lo cual ni las cinturas metrosexuales de cualquier latinazo de turno.

Cojo una silla sobrante y la coloco frente a él, de espaldas a la entrada. No negaré que al mirarlo a los ojos así, tan de cerca, no siento una suerte de vértigo, de cierta responsabilidad autoimpuesta a estar a la altura de un hombre que tiene ganado a pulso un puesto en el podium de mi laico santoral.

Como pretendo publicar la charla en la revista en que participo, no tengo por más que sacarle algunas opiniones políticas: “ya sé que es un coñazo, Javier. Yo te lanzo algunos balones y tú, si quieres, los rematas”. Lo de coñazo lo digo, no porque no me guste el tema, que todo lo contrario, sino porque precisamente con él es de lo que menos me apetece hablar. El caso es que los remata todos: “la ley antitabaco es un paso más en la dictadura de la salud”; “sigo posicionado a favor de la legalización de las drogas, pues la ley no debe entrar en lo que cada quien se mete en el cuerpo”; “la memoria histórica debe quedar para los historiadores”; “sólo los cretinos se pueden creer los discursos de los nacionalistas. Claro que hay cretinos a punta de pala y, en fin, también tienen derecho a existir”.

Al hilo de todo esto le recuerdo cuando, hace cosa de quince años, en un famoso concierto de Sabina retransmitido en directo por TVE las cámaras desaparecieron físicamente del escenario cuando salió él a cantar la polémica “Cuervo ingenuo”, en la que denunciaba la actitud de Felipe González, mandamás a la sazón, respecto de la OTAN: “No es que no lo retransmitieran. Es que ni lo grabaron. Aquello me costó un año entero en el que nadie me llamaba. Realmente pensé que mi carrera había terminado”. No sería la primera ni la última vez, aunque sí la más grave, que Krahe sufriera el azote de la censura: sonada fue también la vez que cantó “Marieta” en la primera cadena, con el consiguiente colapso de la centralita telefónica a causa de la indignación general de la audiencia ante un tipo que acababa de pronunciar veintitantas veces la palabra “gilipollas”. Ninguna radio se atrevía a radiarla después.

A pesar de que en una de sus últimas canciones confiesa que el tema no le inspira, le pregunto si no tiene en mente escribir una canción política y, sorprendentemente, no sólo me dice que sí, que “tengo dos versos que me inspiran mucho”, sino que me los descubre en primicia: “me gustas democracia/ porque estás como ausente”. Entra en el camerino uno de los responsables del local para pedir que terminemos, que la actuación tiene que empezar. Hago ademán de levantarme de la silla para marcharme, pero Javier insiste en que continúe. Me atrevo a decir que se sentía a gusto. Por supuesto, no me hago de rogar y le pregunto por el mar, por el amor, por el tiempo y, cómo no, por uno de sus temas favoritos: la muerte.

-Te he leído últimamente decir que ya no te preocupa, lo que me ha recordado esa canción tuya de los comienzos que decía aquello de “la muerte no me llena de tristeza/ las flores que saldrán de mi cabeza/ algo darán de aroma…”
-Bueno, la cosa es que entonces no sólo me preocupaba, sino que me atormentaba. Era sólo una pose literaria. Y me ha atormentado a diario hasta hace unos años, que de repente me acordé y me dije: pues hace mucho que no me preocupa a mí el tema.

Ríe, y lo hace mostrándome una sonrisa grande asomada por entre la barba. Le digo que su obra tiene mucho del absurdo de los genios del 27 –Jardiel, Mihura, Fernández Flórez…- y confiesa tenerlos “muy leídos”, pese a no reconocer una influencia directa “aunque algo habrá quedado, claro. No obstante, mi gran maestro es George Brassens”. Sus músicos se mueven impacientes, así que justo antes de levantarme le suelto mi última curiosidad:
-Por cierto Javier, al componer, quién domina, ¿el verso o tú?
-Gobierno yo, pero la idea me la da la palabra.

Ahora sí que el tiempo se ha agotado. Me despido agradecido. Le estrecho de nuevo la mano, a la orilla del espejo de bombillas. Al marcharme, miro hacia atrás y alcanzo a ver aún su silueta blanca fundirse con el negro de las escaleras que lo llevan directamente al escenario. Antes de llegar a la puerta oigo los aplausos de un público impaciente y el “buenas noches” de un genio con el que he tenido la ocasión de compartir en solitario unos minutos preciosos. Cuando llego a mi mesa le escucho presentar su primera canción: “alguien me ha preguntado si a la hora de hacer canciones domino yo al verso o el verso a mí. En esta fui dominado”.

4 Comments:

At 3:26 p. m., Anonymous Anónimo said...

Enhorabuena por esta entrevista a Javier Krahe. Muy bien escrita, aporta información y transmite sensibilidad.
Gracias

 
At 4:50 p. m., Blogger J.J.Mercado said...

Muchas gracias a ti, Celia.
Por cierto, si no has ido nunca a ver a Krahe, ve corriendo. Así tendrás algo que de verdad agradecerme. En el Café Central estará un par de semanas seguidas, ahora en Navidades, en Madrid.

 
At 4:48 p. m., Anonymous Anónimo said...

Ya me gustó bastante la crónica cuando la escuché en clase, y después de los retoques que le has dado se ajusta aún más a las características que hemos hablado. La has redondeado.
Ahora pasas directamente, en el primer párrafo, a describir tu llegada al espacio donde va a transcurrir la entrevista. Antes comenzabas con una anécdota de Sabina, creo recordar, que me pareció curiosa y atractiva para inducir al lector a la lectura del resto de tu texto, pero verdaderamente no era del todo adecuada en cuanto la conexión al tema no estaba muy clara, y sobre todo distorsionaba la figura de Krahe como protagonista desde un principio. No obstante, las múltiples referencias cinematográficas (Jessica Rabbit) y literarias que haces a lo largo de tu crónica casan a la perfección con el tono del texto, con la atmósfera de ese mundillo artístico que tú percibiste y quieres hacer llegar al lector. Quizá desconcentran un poco la figura del protagonista y se adentran en el terreno de la divagación en algún momento, pero lo que ahí pierdes lo ganas en la transmisión de ese entusiasmo que trazas con tanto empeño y que resulta “enternecedora” para el lector.
Es verdad además que, desde el punto de vista formal, tampoco aparece algún elemento referido en clase. Tu crónica está perfectamente estructurada y la elección del punto de vista (tiempo y persona) es eficaz, aunque faltan aspectos como la descripción de ti mismo (tú no apareces como personaje) o la construcción del espacio (descripción con los cinco sentidos, simbolismo, etc.). Pero tu lenguaje es muy rico y el texto en general fluye por sí sólo, es agradable de leer. Y en el fondo, eso es lo más importante.
J.A.

 
At 6:39 a. m., Blogger Enrique Gallud Jardiel said...

Muchas gracias por su referencia a mi abuelo.

 

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