5.12.06

Quisieron salvarla del coma y sus amigos le provocaron una hipotermia

Sofía Blázquez Ramírez

Alrededor de una ambulancia se congrega una veintena de adolescentes, un viernes, en un parque cualquiera plagado de plásticos diversos, colillas, hielos medio desechos y botellas vacías que inundan el suelo, donde rara vez circula algún coche de policía. Ven golpear el rostro de una joven. Un golpe, otro golpe, ¡no reacciona!, sólo se escucha el sonido del látex al chocar contra su cara y el alboroto de fondo de la multitud cercana, alrededor de unas cien personas que continúan su fiesta particular, sin importarles el coma etílico de la joven.

En el interior de la ambulancia, reacciona la chica de 17 años. Al día siguiente tan sólo siente un fuerte dolor de cabeza y unas náuseas acompañadas de vómitos que le durarán toda la semana. Le interrogo. Me cuenta que era un frío dieciséis de diciembre, en el que como cada viernes ella y sus amigos, al igual que otros 200.000 jóvenes madrileños, según datos de la Comunidad de Madrid, se reúne para beber en la calle, lo que se conoce como botellón. Este hábito social invade nuestra sociedad desde los años 80, pero parece haberse convertido en el signo de identidad de la juventud actual. El motivo de hoy era la celebración de dos cumpleaños y el comienzo de las vacaciones de Navidad. María me explica: “Ese día me sentía desolada, triste y confusa. ¡Todo me salía mal! Deseaba sentir esa experiencia que me habían descrito, ese sentimiento de plena desinhibición y libertad total”.

Estas declaraciones apoyan estudios sociológicos como los de Gonzalo Cabello, psicólogo clínico, quien afirma: “Vivimos en la sociedad de la comunicación, pero no se habla, es una sociedad muy agresiva donde prima el individualismo” o como los de Norma Ferro, psiquiatra que mantiene que: “Hay una falta de profundización, se tiende a ver sólo la superficie. Se ha cambiado el valor de uso por el valor de cambio. Existe un predominio de la imagen, ya no hay lugar para la palabra”.

Sus amigos le dijeron que empezó a devolver y que poco a poco fue perdiendo sus capacidades motrices hasta que llegó un punto en el que ni si quiera era capaz de deglutir y tragarse la saliva. Sólo cuando vieron que, tras haberle echado una botella de agua, no reaccionaba y cada vez iba a peor, decidieron llamar a los servicios de urgencias transcurrida hora y media. Cuando estos llegaron, María estaba a punto de entrar en la fase de coma profundo y debido a las fechas de las que estamos hablando y a la cantidad de agua que le derramaron, padecía una hipotermia que paradójicamente estuvo a punto de acabar con su vida. En España cada año mueren unas 12.000 personas a causa de enfermedades o accidentes provocados por el alcohol, según el Plan Nacional sobre Drogas (PND), mientras que las muertes por otras drogas suman unas 300, datos del PND. Esta última cifra es relevante, ya que en el botellón el alcohol no es el único protagonista. Suele ir acompañado por el consumo de tabaco y cannabis.

María asegura que “deseaba demostrar ser alguien que realmente no soy, creía que por beber más, todos pensarían que soy más divertida y popular, pero lo que realmente no sabía es que iba a ser la misma de siempre, aunque más torpe e inconsciente”. María me confiesa que ni siquiera recuerda habérselo pasado bien, pues es cierto que al principio todo eran risas y despreocupaciones, pero lo último que le viene a la memoria es haberse tumbado en el suelo mareada. De lo que pasó después sólo tiene el recuerdo de lo que sus amigos le han querido contar y pequeñas imágenes sueltas sacadas de contexto.

Cuando le pregunté a María sobre la “Ley Antibotellón” me afirmó: “Esa ley es una estupidez, no va a impedir que la juventud siga bebiendo cada fin de semana en lugares públicos”. Asimismo, grandes especialistas y sociólogos tampoco se ponen de acuerdo para encontrar una solución útil a esta reciente costumbre social. Entre las distintas soluciones planteadas están: la creación de sitios habilitados para beber como en Granada, la ampliación de un mayor número de centros de ocio como alternativa o la reducción en el precio de las copas. Cada fin de semana, ya sea por un motivo u otro, unos 40 jóvenes deben ser intervenidos por el SAMUR en Madrid, según datos del Servicio de Urgencias. En la mayoría de los casos sobreviven, como María. En el interior de esa ambulancia esta chica volvió a nacer.