21.2.07

Periodista no come periodista

Sonia Martínez

Hubo un determinado momento en el que se me pasó por la cabeza ser corresponsal de guerra. Fue en primero de carrera, leyendo las aventuras de Kapuscinski, de Manu Leguineche, y del Herr de “Despachos de Guerra”. Pensaba que es de ese tipo de cosas que no eliges, sino que te atrapan irremediablemente a ti. Pero se me pasó.

Y con esta idea, con la de volver a sentir la necesidad de ser corresponsal, acudí a la conferencia del martes día 30 en el Instituto Cervantes, en la que profesionales del oficio iban a debatir en qué consiste hoy la figura del corresponsal.

Yo pensaba que no era lo mismo ser un reportero – a secas- que un corresponsal de guerra. Sin embargo, Alfonso Armada se define como reportero, eludiendo así la figura del corresponsal de guerra, que, en su opinión, “tiene demasiado glamour”. Todos los ponentes coinciden en que hoy prima el espectáculo por encima de la información, y en que se está, desgraciadamente, configurando un periodismo que se podría calificar “de hotel”.

Ya no se buscan las historias personales, las consecuencias de la guerra, el contar algo que nadie más pueda ver, que no pase por el filtro militar y de las fuentes oficiales. Es muy fácil ir a la rueda de prensa que da el jefe de los marines norteamericanos en Irak y transmitir al pie de la letra lo que se ha dicho en ella. Es también muy fácil quedarse en el hotel, hacer un par de llamadas, y escribir después un batiburrillo de lo que dicen las agencias o, lo que es peor, de lo que dice el reportero de la competencia y que sí se ha atrevido a salir a la calle a enfrentarse a sus miedos.

Gervasio Sánchez apunta que “a la guerra hay que ir a sufrir”; y también considera que “un gran periodista debe ser ante todo el que huye del protagonismo”, al que no le interesan en absoluto los premios y el que siente que la guerra no es un espectáculo, el que escribe buenas crónicas tanto al lado de su casa como en un conflicto lejano. Para él, la guerra mejor cubierta fue la de Vietnam, y después, desde Los Balcanes, considera que “ha habido un gran silencio”, que “el periodismo ha ido cada vez a peor: Poderes ajenos a la comunicación han invadido la esfera de poder, sobre todo en EE.UU. y en Francia, donde las multinacionales controlan los periódicos y los medios en general”. En opinión de Gervasio, “en España ocurrirá lo mismo dentro de unos diez años”.

Todos recuerdan con tristeza la reciente pérdida “de uno de los más grandes”, Ryszard Kapuscinski, para quien era completamente incompatible ser un cínico y a la vez dedicarse al periodismo, para quien era imprescindible vivirlo todo sobre la guerra antes de escribir nada sobre ella, y para quien también era inconcebible que los medios únicamente se dediquen a reproducir las informaciones de siempre y dejen de lado a un gran continente como es África, en el que se desarrollan a diario miles de historias y de conflictos que es preciso tratar y conocer. Alfonso Armada dice que hoy haya más capacidad, más medios para captar y transmitir la información, y a la vez se dé una información de menor calidad en los medios de comunicación.

Así, en esta situación, ¿qué puede aporta hoy un corresponsal? Miguel Murado, el más joven de los ponentes, señala que “el corresponsal - o enviado especial- no es una figura estrictamente del periodismo. Antes ya se escribían cartas informando de lo que ocurría en otros países. En el siglo XIX, diplomáticos, espías y periodistas tenían en el fondo el mismo trabajo”. Sin embargo, para Miguel, “el compromiso con la verdad es diferente en los tres casos”. La aportación más importante de la figura del corresponsal es que con su trabajo ha conseguido acabar con la gloria militar.

Como bien apunta Murado, si reducimos el trabajo del periodista a una misión utilitaria, hoy quizá se podría prescindir de él, ya que la información se podría seguir obteniendo por otros medios. No hay que olvidar que a veces, incluso los hechos se conocen antes gracias a las agencias que al trabajo real del reportero. Así, para Miguel, la función que hoy podría cumplir un corresponsal, sería la originaria, es decir, la de ser “un referente literario”. No en vano, “las crónicas que han sobrevivido no han sido las más precisas, sino las mejor escritas, las más literarias, aquellas que “rompen el río de hielo que llevamos dentro”, tal y como dijo Kafka”.

Y con esta frase y estas ideas en la cabeza – y en mi libreta- vuelvo a casa, para pensar y recuperar esos libros, esas aventuras, esa pasión por el periodismo y por el riesgo que nunca me abandonaron y que quizá, algún día, me harán decir a mis amigos: “yo no soy corresponsal de guerra, sino, simplemente, reportera”.